Muñeca delicada, deliciosa,
promesa de mujer, todo ternura,
feliz el hombre que en tus bellos ojos
pudiera mirarse hasta la hartura;
feliz si supiera, sin causar enojo,
hacer que los tuyos le miren con loca locura
y que de hondo amor, enloquecidos, giren
para que, apretados, sus abiertos labios
prueben el fuego de tus labios sabios,
expresando ambos, entre mil rubores,
el encanto inmortal de los amores.
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